Datos biográficos
Margarita Michelena Somacarrera, conocida cariñosamente como Ita por su familia, nació “con la compañía” de su mellizo, Gregorio, el último día del año 1927. Ambos llegaron al mundo en la casa familiar de Sierrapando, fruto del noveno parto de Luisa. La economía del hogar se sostenía mediante la ganadería y el cultivo de tierras, pilares fundamentales para la subsistencia familiar.
La infancia de Margarita transcurrió entre “muy pocos juegos y juguetes” y una rutina marcada por las clases que recibió entre los ocho y los catorce años con doña Anita, en la escuela situada a 1,5 kilómetros de su hogar. Una ruta que hacía ocho veces al día.
La escuela terminó para Margarita a los 14 años. “Me hubiera gustado seguir, pero había que ir a la hierba”, recuerda. Sus días se dividían entre tareas como buscar agua, cuidar las vacas, atropar el verde o repartir leche en Torrelavega. Además, junto a sus hermanas, trabajó en casa fabricando cables de frenos para las bicicletas del garaje Trueba.
A los 10 años, la guerra marcó un periodo duro en su recuerdo, entre bombas, soldados, fusilamientos, “paseos” de vecinos y el fallecimiento tras el combate de su hermano. Aunque su familia estuvo “desligada de la política”, se ofrecieron sin pensarlo para ayudar a su padrino, oriundo de Espinosa, escondiéndolo en el pajar durante días.
En la posguerra, la época del hambre, fue más llevadera gracias al cultivo de tierras y a los trueques, como el intercambio de repollos por pan con el molinero de Zurita, la harina que su padre recogía en la Estación de Sierrapando y el estraperlo que compraban a María, La Churrera, de Torrelavega.
La juventud de Margarita se dividía entre diversas tareas cotidianas, como lavar en el regato del río Cabo, repartir leche por las casas de Torrelavega y asistir a clases de costura a cambio de 10 pesetas en la Estación del Norte. Tras dos años de estudios, a los 17 años, continuó su formación en bordado durante otros dos años en Torrelavega.
A los 30 años, comenzó un noviazgo que duró seis años. Decidió poner fin a la relación para ‘priorizar el cuidado de su familia y su independencia’, eligiendo un camino que se distanciaba del ámbito doméstico y de los roles tradicionales impuestos a las mujeres en la sociedad patriarcal de la dictadura franquista.
Residió en la finca familiar hasta 1960, cuando a los 33 años se mudó a la ciudad de Torrelavega, donde aún reside. A lo largo de su vida, fue testigo de la transformación de la industria y las costumbres de la ciudad, que había recorrido diariamente repartiendo leche.
A finales de los años 60, emprendió junto a su hermana el negocio de la frutería Michelena, en un local de la calle Julián Ceballos que adquirieron a Vicente Trueba, donde trabajó hasta 1969. A continuación, ocupó el cargo de encargada en Sarma (posteriormente rebautizada como Herfa), una tienda inicialmente dedicada a los alimentos y luego especializada en muebles, en la calle Lasaga Larreta 14. Su labor en este establecimiento se extendió desde 1969 hasta 1983.
A los 56 años, decidió dejar su trabajo para dedicarse al cuidado y acompañamiento de su madre, con quien vivió “toda la vida” hasta su fallecimiento en 1988. En la actualidad, comenta que “le gusta estar en casa” y visitar a su hermana Isabel cada domingo.
A lo largo de su vida, ha aprendido a apreciar la serenidad que llega con los años. Como ella misma explica, «la vejez te aporta más experiencia y tranquilidad», y señala que la clave para afrontarla es mantener una actitud positiva: «si eres negativa, pesimista, peor te lo pasas». A sus casi 97 años, sigue con la misma visión pragmática: “Las cosas están escritas”, reflexiona, y lo importante es no lamentarse, sino aceptar lo vivido con gratitud. Su lema es claro: «a lo hecho pecho», aceptar lo vivido con gratitud, disfrutar el presente y no arrepentirse de las decisiones tomadas.
Equipo de realización
Entrevistadora: Zhenya Popova
Operador de Cámara y montaje: Txatxe Saceda