Benedicta Prieto Sánchez, conocida como Bene, nació en Torregamones de Sayago (Zamora), en un entorno rural donde el trabajo constante y la necesidad marcaban el pulso de la vida diaria. Su nombre le llegó desde lejos; sus padrinos junto a su padre, Pedro, habían emigrado a Buenos Aires. Fue allí, en tierras argentinas y bajo el cuidado de una patrona llamada Benedicta, donde nació el vínculo con ese nombre, que a finales de junio de 1935 cruzaría el Atlántico para serle otorgado a ella.
Su madre, Orosia, fue hija única y pasó su infancia en el hospicio, hasta que un matrimonio la acogió. Sin apenas saber leer ni escribir, dedicó su vida a la labranza y al cuidado de sus cuatro hijos y dos hijas.
Fue la quinta en nacer, seguida por un hermano, en una familia donde el trabajo era ineludible desde edades tempranas. Incluso, junto a su hermana, ayudó a su padre, obrero de profesión, en la construcción de su propia casa, cargando tejas a la espalda por una estrecha escalera.
Benedicta creció en un contexto de guerra, que no recuerda por su corta edad, y de dura posguerra en donde “había escasez, pero no faltó alimento”, recuerda los momentos que compartía con otros niños y niñas durante las matanzas: “Nos bajaban un bocadillo con las hebras de lechón y castañas asadas en la lumbre. Nos pasábamos bien, a pesar de la escasez”. Y cómo su familia se dedicó a la venta clandestina para sobrevivir: “Recuerdo cuando mis padres comenzaron con el contrabando. Pasaban cosas de Portugal, como lana, jabón, café, telas… todo lo que se podía cambiar por lo que necesitaban”.
Con doña Encarnación estudió pocos años y con pocos medios, a pesar de que “le gustaba y tenía buena memoria” a los 9 años dejó de asistir a la escuela nacional.
La vida en Torregamones giraba también en torno a las fiestas, las canciones populares y una religiosidad profundamente enraizada; la Fiesta del Ofertorio de la Virgen del Templo era uno de los momentos más esperados del año con su escabechina y bailes. Además de las festividades religiosas, los carnavales dejaban espacio para la comedia en escenarios improvisados que aliviaban por unos días el rigor del trabajo agrícola y ganadero.
Con los años, Benedicta se unió al esfuerzo familiar: «Cuando mi hermana se fue a servir, yo me quedé en casa. A los nueve años ya dejé la escuela y empecé a cuidar las cuatro o cinco cabezas de ganado. Mi padre y yo trabajábamos juntos en el campo. A los 15 o 16 años ya trabajaba en todo lo que había que hacer: echar abono, segar, arar… lo que fuera necesario». Desde los 6 años, se enseñó a sí misma a tejer calcetines de lana, una habilidad que se transformó en una pasión que la llevó a confeccionar colchas, mantas, jerseys y otras prendas.
Como muchas jóvenes de su generación y sin perder la esperanza en tiempos más tranquilos, Benedicta tuvo que emigrar. Con 17 años su destino fue Barcelona, donde trabajó como empleada del hogar. Las condiciones laborales eran duras, pero ella supo abrirse camino con esfuerzo.
Los trabajos de Benedicta en Barcelona fueron gestionados por agencias que la asignaban según las necesidades de cada familia. Pasó por cuatro casas distintas, donde realizó tareas de cuidado infantil, atención a personas mayores y labores domésticas. Trabajó con un matrimonio con hijos, un matrimonio jubilado, la familia Fàbregas, dueños de una sedería en Barcelona, y otra familia de clase alta con la que incluso viajaba y, finalmente, atendiendo a dos mujeres mayores con problemas de salud. En todas ellas, las condiciones laborales eran precarias: sin contrato formal, con sueldos bajos y sin derecho a vacaciones.
Recuerda que su salario más alto fue de 500 pesetas al mes, en su última casa. En Barcelona, también encontró el amor: Juan Antonio Sánchez Sánchez, Juanero. Su noviazgo con quien sería su esposo, tras una boda íntima en la iglesia de Belén, en la zona de Las Ramblas, marcó un nuevo rumbo en su vida en 1958. Juntos se trasladaron a Comillas, donde “a ojos cerrados”, como ella misma lo expresa, se adaptó rápidamente al nuevo entorno y siguiendo el dicho popular “¿de dónde eres, mujer? De donde mi marido quiere”, ella echó raíces en este pueblo costero, al que su esposo estaba profundamente vinculado por haber crecido allí.
Su marido había dejado su trabajo en una fábrica de estilográficas para dedicarse a la pesca. Y ella, pronto comenzó a trabajar y a “montar su vida”. Entre 1959 y 1965, durante seis años, trabajó en limpieza en el prestigioso Seminario de Comillas. Entró en el office, el área destinada al fregado de platos y utensilios, y desde ese momento se dedicó intensamente a su labor diaria entre las nueve de la mañana y las seis de la tarde, atendiendo a una institución que acogía a más de mil seminaristas.
Benedicta también se ocupaba de limpiar pasillos, comedores y, en ocasiones especiales, habitaciones de altos cargos eclesiásticos. El trabajo era exigente, pero le permitió “alimentar a su familia” y construir una vida en Comillas.
El nacimiento de su primera hija, Montserrat, en 1959, marcó un punto de inflexión en su vida. Tuvo que reorganizar sus actividades para adaptarse a las nuevas responsabilidades de la maternidad, ya que su marido no se implicó en la crianza y ella tuvo que encargarse de la gestión y los gastos de cuidadoras. En 1964, fue madre nuevamente, esta vez de un varón, Juan Manuel, quien fallecería en 1997, tras una enfermedad y un accidente. En 1968, dio la bienvenida a su hija Yolanda de los Ángeles.
Desde mediados de los años 60, comenzó a trabajar realizando tareas de limpieza por horas en diferentes hogares de Comillas. Más adelante, cuando su hijo mayor tenía tres o cuatro años, logró colocarse en la casa de un médico local, don Francisco Verdeja, donde trabajó once años como empleada del hogar. Aunque reconocía al médico como una buena persona y un excelente comadrón (asistió sus tres partos, que fueron “a grito pelado”, como recuerda Bene), el vínculo laboral también tuvo un momento de profunda decepción, tras el aborto que ella sufrió, y decidió buscar un nuevo empleo.
Su siguiente etapa laboral fue en hostelería, donde, sin formación previa, trabajó como cocinera. Recuerda: “Nunca en la vida estudié para cocinera. Pero yo allí llegué… y lo que sé hacer, lo hacía como en mi casa”, y se convirtió en el alma de las cocinas en varios locales del pueblo.
Durante 11 años trabajó en la cocina de un bar regentado por una mujer conocida como Doña Luz. A los 57 años, pasó por otros establecimientos: uno llamado “La Llosa”, y otro denominado “La Pérgola” durante dos años. También fueron años marcados por estrecheces económicas y complicaciones sentimentales.
Finalmente, cuando su marido comenzó a cobrar una pensión, Benedicta tomó una decisión firme: retirarse. “Le dije: hasta ahora, con lo que he trabajado, te he mantenido. Ahora, con lo que pesques, yo lo vendo y, entre eso y lo que dé la huerta, tenemos suficiente”. Con esa determinación, puso fin a una vida marcada por el trabajo duro y el sacrificio constante, y abrazó una nueva etapa en la que pudo dedicarse a disfrutar con sus nietos “de las cosas que no había podido hacer con sus hijos” por falta de tiempo.
A los 60 años, ya en la jubilación —que tomó a raíz de la de su marido— encontró una forma de sosiego. Sin dejar de lado su curiosidad intelectual, se ha mantenido fiel a su amor por la lectura, que cultivó desde niña a pesar de las limitaciones de acceso a la educación. Aprendió lo básico en la escuela rural —leer, escribir, sumar y restar—, pero fue su tenacidad autodidacta la que le permitió ampliar sus horizontes. Recuerda con especial cariño cómo un ejemplar rescatado de un bardal le abrió las puertas a los versos populares, a los “Cantares” y a las rimas de amor que aún hoy sabe de memoria.
Benedicta enviudó en 2009 y, desde entonces, vive sola, aunque recibe visitas frecuentes de sus amigos y su familia, que ahora incluye un nieto, una nieta e incluso una bisnieta. Hoy, a sus casi 90 años, reconoce que “nunca pensó llegar a esta edad” y considera que esta etapa de su vida es la “más feliz”, una felicidad que se centra en lo esencial: la familia, el recuerdo de lo vivido y la tranquilidad del presente.