- “El libro de la vida” cierra su ciclo de 2025 con un encuentro intergeneracional sobre educación
- La escuela aparece en esta conversación como lugar de cuidados y de transformación
Enrique Pérez Simón y Gema Martínez, dos referentes en materia educativa en Cantabria, protagonizaron el martes 8 de abril el diálogo intergeneracional “Transformar la escuela, transformar la sociedad” el tercero y último de la serie “El libro de la vida” 2025, producto de Legado Cantabria, un proyecto pionero de Fundación PEM.
Bajo el auspicio de Fundación La Caixa y el Ayuntamiento de Santander, la charla dirigida por Zhenya Popova, coordinadora de Legado Cantabria, recorrió distintos momentos de la historia educativa de Cantabria que se entrelazan con las experiencias de vida de los protagonistas, desde cómo fue su vida como estudiantes, el momento en que sintieron, o no, la vocación por la docencia y la utopía por la que trabajan para llegar a “la escuela ideal”.
En el caso de Enrique Pérez Simón (Villalba de Duero, 1946), estudiar Magisterio fue por descarte: era eso o ir a la Escuela de Peritos, lo que significaba trabajar con las matemáticas, que “se le daban muy mal”, porque educarse fuera de Santander era imposible por la falta de recursos económicos. Eran los tiempos de la dictadura franquista, que Enrique gestionó al tiempo que se politizaba. Confiesa el maestro jubilado que no hubo vocación en su caso sino la claridad ética de hacer las cosas bien y buscar cómo romper con modelos educativos que no partían del respeto a las alumnas y alumnos. En contraste, para Gema Martínez (Santander, 1975) la vocación se dejó sentir cuando un profesor de Historia en el instituto de La Albericia le “provocó pensar por sí misma”. Gema, que desde niña sentía la pulsión de “cambiar el mundo”, pensó que la escuela era un buen lugar desde donde hacerlo. Aun así, al terminar la carrera universitaria se “tardó 12 años” en decidirse en ser profesora. Ahora sí proclama: “mi trinchera está en la escuela”.
Los ideales y valores en el ámbito educativo, sobre todo en colegios e institutos, han marcado las trayectorias de Enrique y Gema. En el caso de ella, profesora con 20 años de experiencia y aún en activo, la escuela tiene un deber ético de ser vanguardia, de identificar las desigualdades con las que el alumnado llega a los centros e intentar, en la medida de lo posible, ofrecerle otras posibilidades de ver y estar en el mundo y poner una mirada crítica a la socialización.
Maestro jubilado y figura clave de la pedagogía Freinet, Enrique tuvo la suerte —lo dice con ironía— de trabajar en la escuela del siglo XIX “con la estructura ideológica del fascismo”, lo que le obligó a buscar estrategias para laborar en comodidad, tanto para él mismo como para su alumnado y, con ello, obtener libertad de movimiento y dar a las y los estudiantes herramientas que les ayudasen a planear su futuro. El lema que marcó esa forma de trabajo, recuerda, fue “venir contentos y salir felices”, buscar a felicidad porque es un derecho absoluto de la humanidad, pero “sobre todo de las criaturas”. Utilizar la imprenta como herramienta para movilizar las manos y el cerebro fue una herramienta útil y pedagógica para favorecer el trabajo colectivo, recuerda. Ambos coinciden que dentro el aula cualquier metodología o pedagogía que respete a las personas es la ideal.
Al situarse en la época actual, Gema apuesta por la coeducación a la que califica como un proyecto político que no es nuevo y va a contracorriente. Lo explica como un marco educativo que “identifica las diferencias de la socialización de género y erradica la desigualdad que genera la socialización, tiene una mirada interseccional que ayuda a identificar sesgos”. Resume que se trata de una herramienta contra las desigualdades y orientada a la prevención de las violencias machistas.
Y, a pesar de que los motivos por los que ambos invitados de Legado llegaron a la educación son distintos, tanto Enrique como Gema llegan a la conclusión de que el magisterio les deja “grandes” satisfacciones, como reencontrarse, de manera espontánea, con exalumnas o exalumnos años después de la convivencia diaria en las aulas y constatar el impacto de una educación crítica en sus vidas. Enrique recuerda a un exalumno a quien, en su tiempo, le pidió un cuaderno de dibujos y textos que ahora forma parte del archivo de documentos y material educativo que donó a la Universidad de Cantabria en 2011. Gema menciona con emoción que hace unos meses se reencontró en Santander con una exalumna con quien “lloró de emoción” tras nueve o diez años de haber sido su profesora y quien ahora estudia Derecho en Madrid, “para defender a las personas buenas”.

En un ejercicio de imaginación hacia el futuro, Enrique Pérez Simón opta por una escuela libre de esas cuatro paredes de los centros, sin horario, que pueda viajar, que sea crítica ante el consumo y ante “el liberalismo feroz que está rayando en el fascismo”. Pero apuesta por dar pasos pequeños, por no ensimismarse con el “sueño” ni desanimarse por la “violencia del sistema o el tamaño del reto”. Cree el maestro que la buena noticia es que hay muchos profesionales resistiendo dentro del sistema educativo.
Gema Martínez optaría por una escuela pública, bien dotada materialmente, que proponga y ponga en práctica la democracia con el alumnado, es decir, que escuche y tenga en cuenta a los estudiantes; una escuela que abrace las diferencias y que trate por todos los medios de equilibrar la desigualdad, y sea capaz de pensar críticamente en la sociedad en la que está inmersa.
Este tercer encuentro de Legado, con poco público presencial en una sociedad que no cultiva la conversación reposada como esta —según recuerda un asistente—, supuso un diálogo intergeneracional que muestra cómo se va recogiendo el testigo de la transformación social a través de la educación y también mostró con la intervención de algunas de las personas presentes cómo la escuela deja huellas indelebles positivas y negativas. El relato del futuro se construye con este testigo que entregan dos personas que muestran “la llama” de la pasión por lo que se hace y la “urgencia” de la tarea que queda por hacer.