Begoña Cotero Cantolla nació el 2 de noviembre de 1946 en Rubalcaba, en el seno de una familia arraigada a la comarca de Trasmiera. Su nacimiento tuvo lugar en el hogar de sus abuelos maternos, Pepe Cantolla y María Higuera, gallega de origen, una casa que en ese entonces también funcionaba como tienda de ultramarinos y estanco, y que hoy está gestionada por su tía Carmina.
Fue una infancia compartida entre dos casas, una frente a la otra, y entre los afectos de dos pares de abuelos conocedores de oficios, saberes y valores distintos.
Su bisabuelo materno, José Cantolla, fue una figura destacada en la zona: terrateniente, administrador de fincas como la del Palacio de la Rañada en Liérganes, y gestor de diversos negocios, entre ellos una carnicería, tienda y una panadería en la casona donde vivían en Liérganes.
Nació en plena posguerra, en una época marcada por el racionamiento y la represión política, aunque a ella “no le faltó de nada”. Bien es cierto que fue a través de los recuerdos de su madre como conoció el clima de profunda polarización que se vivió en los años previos: fusilamientos cercanos, el secuestro de una vecina por el guerrillero antifranquista conocido como Pin ‘El Cariñoso’ (José Lavín Cobo), y las amenazas que sufrieron su madre y otras mujeres del vecindario, “injustamente” acusadas de haber cantado el recién estrenado Cara al sol durante los últimos meses de la Segunda República. Episodios como estos dejaron una huella profunda en la comunidad.
Begoña, primogénita de la familia, creció junto a sus hermanos Eulogio y Araceli. Esta última recuerda las dificultades que atravesaron en su infancia. Durante los primeros meses de vida de Araceli, la familia se vio obligada a recurrir a una ama de cría del barrio de Las Porquerizas, en Liérganes, quien se encargó de alimentarla.
En medio de este contexto, su infancia transcurrió entre el juego, la escuela, las tradiciones comunitarias y la intensa vida religiosa, con rosarios y ceremonias que formaban parte del día a día. A los nueve años, disfrutó durante un mes del albergue de Ontaneda, gestionado por la Sección Femenina de Falange. En su juventud, las fiestas de San Pantaleón, San Pedro y, especialmente, Las Nieves en Rubalcaba, a donde acudía en bicicleta, marcaron el ritmo de su vida social.
Asistió primero a la escuela de niñas —actual centro cívico de Rubalcaba— y, más tarde, con apenas once años, pasó a la de niños para preparar el ingreso al bachillerato. Recuerda con ternura los pupitres con tinteros y las estufas de serrín “que más ahumaban que calentaban”.
En esos años, Rubalcaba era un pueblo lleno de vida, con todas sus cabañas habitadas y sus caminos transitados por tratantes de ganado, vecindad y veraneantes del balneario, entre los que destaca al alto dirigente franquista Camilo Alonso Vega.
A los 12 años, Begoña se trasladó con su familia al centro de Liérganes, a la casona familiar de su abuelo materno, José Cantolla. Próxima a la carnicería que heredó su tío Paco de José Cantolla. Su abuelo paterno, Fernando Cotero, era propietario de la fábrica de quesos donde su abuela materna, María Lavín, se encargaba de la elaboración y venta del queso y la mantequilla.
Bajo marcas como La Montañesa, surgida en 1919, y, posteriormente, Quesos Cotero, la familia elaboraba el tradicional queso de nata de Cantabria. Durante un tiempo, la familia gestionó dos queserías, ubicadas en Pámanes y Rubalcaba. En este último pueblo, Begoña recuerda la presencia de otras queserías, como la de Brígida Ruiz y la familia de Sainz.
La adolescencia llevó a Begoña al internado del Colegio Apostolado del Sagrado Corazón de Jesús, en Ceceñas, donde cursó bachillerato. Recuerda que la disciplina era estricta: no tenían nombres, sólo números —ella era la 52—, apenas se permitía hablar y los encuentros familiares se limitaban a un breve rato los domingos, día en que también ejercía como catequista en la finca de Valdecilla. A pesar de todo, Begoña forjó amistades y guarda un buen recuerdo de esos cuatro años.
Tras aprobar la reválida en el instituto Santa Clara, se formó en la Academia Alpe de Santander, donde cursó estudios de secretariado con asignaturas como mecanografía, taquigrafía, contabilidad y francés. Compaginaba sus estudios con el trabajo matutino en la quesería familiar, colaborando junto a su padre en el lavado y cuidado de los quesos.
Fue una etapa intensa de aprendizaje y esfuerzo. Además de estudiar un año de corte y confección en Santander, completó el servicio social franquista, con formación en la calle Burgos. Más tarde, colaboró en un colegio para unos 30 niños ciegos en Liérganes —hoy convertido en el Hotel Casona El Arral—, donde ayudaba planchando ropa y sábanas bajo la dirección de las Hermanas de la Caridad. Al terminar, con su certificado en mano, consiguió el carnet de conducir a los 19 años.
En 1971, con 25 años recién cumplidos, Begoña se casó con José Luis Quintanilla, su compañero de fiestas, romerías y pandilla de juventud. Desde los 26 años trabajaba de forma continua en la quesería familiar, que dirigía su padre, Fructuoso Cotero —maestro quesero formado en Asturias—, hasta que, por problemas de salud, le traspasó el negocio cuando ella tenía 35 años. Juntos, Begoña y José Luis, consolidaron entonces la empresa familiar, logro del que ella se siente satisfecha.
La labor era completamente artesanal: leche cruda de vaca, cuajo natural, moldes llenados a mano y prensas de piedra. Begoña recuerda los días interminables de trabajo, entre el batido manual, el fregado constante y el contacto directo con los clientes, ya fuera en la venta en la fábrica o durante el reparto por zonas como Selaya, Sarón, Torrelavega y los Valles Pasiegos. Su compromiso con la calidad y la tradición la llevó a seguir la senda de su padre, aunque sin involucrarse tanto como él en la Asociación de Queseros. Por su parte, su marido se encargaba de un cebadero de cerdos en Rubalcaba, que aprovechaba el suero sobrante de la elaboración de quesos.
Los cambios políticos y económicos en España —como la entrada en la Comunidad Económica Europea en 1986— impactaron profundamente el sector. Llegaron las cuotas de producción, las exigencias sanitarias, la pasteurización obligatoria y, más tarde, la competencia de productos industriales o extranjeros. Frente a todo ello, Begoña y su familia supieron adaptarse y resistir, incluso durante los tiempos de huelgas de transporte.
La vida de Begoña estuvo dedicada principalmente al trabajo, como ella misma recuerda. Gracias al apoyo de su madre, pudo criar a su hijo y a su hija, nacidos en los años 70, mientras afrontaba las responsabilidades diarias. Al llegar la jubilación, a los 65 años y tras más de tres décadas de esfuerzo constante, confiesa que se sintió “felicísima”: por fin pudo viajar, ser ama de casa por primera vez, participar en algunos talleres y pasar tiempo con sus hijos y sus dos nietos, a quienes acompañó durante sus primeros años.
Begoña y José Luis celebraron las bodas de plata y, a solo cuatro años de alcanzar las de oro, en 2018 ella perdió a su marido a causa de una enfermedad. Hoy, viuda, jubilada y rodeada de memorias, esta rubalcabesa sigue siendo una mujer activa y comprometida con su familia.